“El mundo de la realidad tiene sus límites,
el mundo de la imaginación es infinito.”
Jean-Jacques Rousseau
Los paisajes de la obra de Patricia Carrington nos hacen pensar en la mirada selectiva que tienen los niños, ese superpoder que les da la capacidad de embellecer el objeto de su atención, de transformar la realidad del mundo adulto.
Si en su obra no se encuentra alguna característica que denote sobriedad y formalidad, es porque la artista observa con esa mirada de niño: presta atención a detalles minúsculos dentro de espacios cotidianos para intervenirlos y lograr imágenes que parecen ser sacadas de sueños. En su obra no hay tristeza ni solemnidad. Sin embargo la soledad se asoma. Una soledad como la de quien se logra divertir estando solo, como la de quien se aísla y disfruta en su abandono. Esto se refleja en su obra, sin importar el medio que decide utilizar, que hasta ahora ha sido mayormente fotografía e instalación, a veces intervenida con texto.
Si bien Carrington compone paisajes desde su imaginario, los espacios que enmarca podrían ser escenarios en cualquier lugar del mundo. Sus imágenes son surrealistas y actuales, con paletas de colores como las que usan los directores de arte en el cine: atardeceres cálidos, días soleados, paisajes cotidianos de ciudad, campo o mar; todo dispuesto de manera lúdica, haciéndonos disfrutar de esos espacios como si tuviéramos ocho años de nuevo. Ha utilizado diversos materiales y herramientas en sus instalaciones para acentuar la sensibilidad del espectador más allá de la experiencia visual. Su trabajo tiene una búsqueda cercana tanto a lo sensorial como a lo imaginario.
El trabajo de Carrington ha evolucionado, siempre con una narrativa similar, pero cada vez más concisa, cada vez con mayor contemplación. Pablo Picasso dijo: todo niño es un artista, el problema es seguir siendo un artista cuando creces. Patricia Carrington se mantuvo artista, tocando el alma de los adultos a través de la mirada selectiva de un niño.
Por Nahomi Ximénez
2017
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